viernes, 22 de junio de 2012

El viejo camino


Imagen: Diana Sobrado

Dos son los caminos que llevan a la granja. El uno, que es la ruta más pintoresca y conocida, bordea campos de labranza y prados, y el otro, que es mucho menos transitado, atraviesa un bosque de carbayos centenarios y majestuosos, regados por el río rumbo al mar. Esta última era una caleya complicada y peligrosa, y por eso, N´Longa se quedó asombrado cuando su compañero de viaje, Antonien, se adelantó por entre los árboles y, sonriente, le animó a que, por todos los dioses, fueran por allí hasta la granja de sus ancianos tíos.
−¡Por el bosque! −N’Longa se quedó contemplando los retorcidos troncos cercanos al joven.
El cuerpo arrugado y marchito, encorvado y frágil, así era N´Longa, con el rostro surcado de profundas arrugas, y ojos vivaces que resultaban chocantes para un anciano como lo era él, se quedó parado. Pensativo observó el otro camino.
−Sí, por favor; es, al menos, el camino que recuerdo −le respondió Antonien contento de recordar algo de su niñez.
−No parece muy transitado que digamos −miró de lado a los troncos dormidos y comenzó a caminar−, y el sol está cayendo. Pronto oscurecerá por lo que tenemos que darnos prisa en atravesar este bosque.
−Tranquilo.
−Yo solo digo que no me parece una buena idea.

El sonido de las hojas, rozadas por la brisa,  le recordó a N’Longa las sonrisas de viejas y se giró para confirmar que no había ninguna anciana allí.

−De pequeño cruzaba con mi tía este bosque para ir a la escuela−. Sonrío el joven al recordar aquellos días soleados de su vida− Me lo pasaba muy bien jugando en el bosque mientras el maestro nos daba clases de botánica.
El joven avanzó confiado a través de dos piedras grabadas con dibujos mientras su compañero se paraba a mirarlas extrañado.
−Solía ir todos los sábados con el maestro a pescar al río. Bueno, está bien −sonrió mientras bajaba la cabeza−, el pescaba y yo cazaba renacuajos.
Un pequeño túmulo de tierra le hizo resbalar y se cayó sobre un círculo de piedras del que se levantó ágilmente dejándolas caer.
−Pero un invierno el río se desbordó. El camino se hizo imposible de seguir y dejamos de venir por él −el anciano movió la cabeza pensativamente−. Además, a las pocas semanas, la escuela cerró al morir el maestro. Le dijeron a mi tío que lo habían encontraron ahogado bajo el puente del río, en el remanso, en una orilla.
El joven se paró un minuto mientras el anciano llegaba a su lado. Continuaron entonces el camino evitando una zona de ortigas siguiendo la rivera del río.

−La verdad es que recuerdo que mi tía se asustó cuando lo del maestro −dijo mirando hacia el río que estaban ahora bordeando−. En primavera me mandaron a estudiar fuera y luego me acogiste en tu taller de relojería por lo que no volví más a la granja.
Las ramas retorcidas de un pequeño arbusto se interpusieron en el camino del joven y este las apartó y las partió. El ruido sonó a quejidos a los oídos finos de N’Longa.

−No supe lo que le había pasado realmente al maestro pero si recuerdo que lo enterraron fuera del cementerio. Me llamó la atención e incluso se lo pregunté a mi tía pero…ella me hizo callar.
El joven Antonien se quedó callado meditando sobre ello mientras el anciano seguía caminando a su lado.
La bruma nocturna se había levantado silenciosa y rodeaba el río hasta los pies de los viajeros. Los grillos comenzaron a entonar sus melodías de cortejo mientras se escuchaba el ulular de un buho a lo lejos.
Pasados varios minutos en silencio, escuchando el bosque, comenzaron a ver un objeto entre la espesura que parecía clavado en el suelo y que presentaba líneas rectas en yuxtaposición a todo lo que le rodeaba.
−Esta cruz no estaba cuando yo era pequeño. Será en recuerdo de algún viajero perdido −dijo aquello con media sonrisa mientras miraba a N’Longa.
El sonido del chapoteo de las hojas que caían en el río les llegó mientras continuaban hablando.
−Deberías tener mas respeto por estas cosas.


Las enredaderas cruzaban de lado a lado el angosto sendero aún visible por entre las raíces y los guijarros. Los dos viajeros caminaban despacio apartando los obstáculos vegetales que les cerraban el paso. La noche ya había vestido el bosque y los andantes se guiaban mal por entre los enraizados pliegues del camino. De pronto, en mitad de la niebla comenzaron a ver un pequeño haz de luz.
−Ya estamos llegando, N’Longa. Esa luz es de la granja. Date prisa.
−Espérame −le señaló el anciano−. El río está muy cerca y esta niebla no me deja ver bien la senda.
Pero el joven ya estaba lejos, a varios metros de N’Longa, esquivando ramas y cañas secas que le estorbaban en el camino.
−¿Qué es esto…−el joven se giró en el suelo para saber que se le había enredado. Una mano nudosa le agarraba fuertemente de la bota y otra más le estaba sujetando el tobillo. Continuando la imagen se alargaban unos brazos sarmentosos que se hundían en el agua. Unos ojos redondos, sin párpados, lo miraban fijamente desde las aguas mientras los brazos arrastraban al joven hacia el río.

La espesura comenzaba a clarear mientras N’Longa salía del bosque pensando en la caliente cena y la cama donde descansar de aquella larga jornada. Por primera vez desde que entró en aquel enmarañado bosque se relajó y dejó escapar un suspiro de alivio.
Continuó avanzando por el camino empedrado que llevaba a la granja creyendo que Antonien ya estaría abrazando a sus tíos mientras, varios metros atrás, otros brazos se estaban uniendo a los primeros para arrastrar al aterrado joven hacia las aguas oscuras.

Diana Sobrado
Publicado en la Revista Prímula (Junio 2012)

jueves, 21 de junio de 2012

Trepa como hiedra


Ahora que este río
me corre por las ramas,
y trepa como hiedra
directa a los principios,
mi mano se adelanta
y busca en los silencios
la huella de tus pasos
perdida en los rincones.

Igual que negros lobos
me asaltan las mareas
de final de verano
y se alargan las lunas
que mueren en la playa.

Para buscar el mar
que todo lo apacigua,
tomaré, ya desnuda,
como llegué a la vida,
mi última piragua.

Carmen Agún González
Publicado en la Revista Prímula (Junio 2012)