domingo, 11 de marzo de 2012

La perfección




Acababa de  probar la perfección. Aquel  vaso contenía el deseado aroma, su ideal de sabor, el color soñado ¡Estaba allí! Sus vacaciones se habían truncado.

Todo comenzó cuando su mujer se encaprichó por conocer el Norte de España. A él no le apetecía mucho el destino, pero accedió por no aguantar su enfado. Así llegó a Asturias. Le habían comentado que tenían sidra, la probaría, nunca imaginó que pudiera ser mejor que la que él producía en su château de La Bretagne. Distraído, observaba cómo antes de descorchar la botella el camarero la agitó para dispersar el poso cuando, displicente, tomó un trago y se encontró con la perfección.
Su mente ya no pudo dejar de pensar en aquella sidra. Quiso saber, compró libros, botellas, se documentó sobre el proceso, no podía ser todo tan trasparente… tenía que conocer el secreto. Deseaba la fórmula, la compraría. Aquella excelencia debía formar parte de su marca. Lo lograría costase lo que costase.
No continuó sus vacaciones, su esposa enfadada sí lo hizo.
Los abogados, fracasaron en las conversaciones con los dueños de diversos llagares en la compra de la fórmula, ya que todos ellos insistieron una y otra vez en que era natural, no había secretos. Pero no les creyó, no sabían con quien trataban. Él no conocía barreras en su ambición. Contrataría espionaje industrial. Robaría la fórmula.

El espía que tenía delante era el mejor. Aquella misma mañana había llegado. Se citaron en un establecimiento con el suelo alfombrado de serrín que los lugareños llamaban “chigre”. Eran las dos de la tarde, todo el mundo bebía por los enormes vasos y cada grupo por el mismo, ¡Mon Dieu!. ¡Ah, rústicos! ¿Por qué tenían cara de ser felices? Bebían, reían, tiraban el sobrante al suelo. ¡No entendía nada! Echaban esa perfección olfativa desde lo alto contra el borde de los vasos, y la espuma, aquella espuma... ¡Eran gentes diferentes!. Pero algún poder tenía esa magistral fórmula porque lo elaborado en su cuidada y moderna bodega, nunca, que él supiese, había producido esos efectos de alegría en su clientela. Una punzada de envidia le atravesó el pecho. La fórmula sería suya.
“No ha sido difícil, son muy confiados”, comentó el sicario, cuando tras un exhaustivo trabajo por los principales llagares le entregó el modo de elaboración con todo detalle, anotaciones y discos informáticos.
 Perfecto; lo había logrado. Ya no existían secretos para él. Curioso detalle, también eran asépticos y cuidadosos en la elaboración.
Regresó a su empresa y movilizó a toda la plantilla de físicos y químicos del laboratorio. Su marca sería la admiración de la zona, y la sidra, su sidra,  la mejor del país.


Preside el Consejo de Administración reunido ante él en el espacioso despacho del château. Será el gran día tras meses de arduas investigaciones de los físicos y químicos que han trabajado con los datos. Seguro que le concederán la ampliación de capital que piensa solicitar cuando prueben el primer néctar que servirán hoy. Mientras aguarda que llegue el equipo de elaboración para servir la cata, recuerda el inicio de la aventura que está a punto de encumbrarle a lo más alto.
La puerta del despacho se abre. Entra el jefe de laboratorio. Su rostro refleja una extraña expresión y la bata blanca destaca su palidez. Le siguen todos los ayudantes. Él, advierte cierta tensión en el ambiente.
―Necesito hablar con usted en privado ―dice casi en un susurro el recién llegado.
―No se preocupe ―responde él sonriente―  lo que tenga que hablar, dígalo aquí, no tengo secretos para el Consejo. Usted dirá.
Paso a paso tiene  que escuchar incrédulo, las explicaciones del químico: los ácidos orgánicos como el málico… la transformación bioquímica de los polifenoles y su repercusión sobre el color, el aroma… los descriptores sensoriales relacionados con la espuma… la regulación de la población de levaduras… las variables físicas de la concentración de azúcares y macromoléculas… la fermentación natural…
Conclusión: La sidra se agria, los discos informáticos se borran, las notas delante de sus ojos se vuelven invisibles.

Y fue entonces, delante de todos, sin poder evitarlo, cuando lo que creía iba a ser la consolidación en el sector, se convierte en su derrota.
―Lo hemos intentado por todos los medios a nuestro alcance, pero al final los resultados son imposibles ―comenta apesadumbrado el jefe de laboratorio―. Creo, señor, que cómo dicen en la tierra de donde trajo los datos, los resultados no son de bandera sino puxarra.
¿Cómo osa decirle semejante cosa este estúpido empleado? Mientras los ayudantes asienten, sus pobres oídos también  tienen que soportar algo inverosímil, lo más ridículo que jamás se les ha dicho a los condes de Destrailleaux, título del que él era, hasta ese día, orgulloso heredero.
―Una leyenda cuenta que la sidra asturiana elaborada fuera de sus fronteras está protegida por sus Duendes y…, señor, creemos que es la realidad. No podemos elaborarla.

Mara A. Loredo
Publicado en Revista "Vivencias" (diciembre 2011)

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